jueves, 29 de diciembre de 2016
domingo, 20 de marzo de 2016
Carmelo Fernández Vergara
CARMELO FERNÁNDEZ VERGARA
Carmelo Fernández, José González y Cirilo Yanguas.
“El hombre que sabe hacer algo de un modo perfecto - zapato, un sombrero, una guitarra, un ladrillo – no es nunca un trabajador inconsciente que ajusta su labor a viejas fórmulas y recetas, sino un artista, que pone toda su alma en cada momento de su trabajo. A este hombre no es fácil engañarle con cosas mal sabidas o hechas a desgana.”
CARMELO FERNÁNDEZ VERGARA
Jesús Bozal Alfaro
La obra artística de
Carmelo Fernández Vergara se inició hace muchos años, cuando, siendo todavía
niño, veía a su padre construir sus propios “carros de aguador”. Fue entonces cuando comenzó a diseñar con su
mirada de observador meticuloso, todas las reproducciones, casi siempre en
madera, que acometería mucho más tarde.
Investigador del
pensamiento, Carmelo Fernández tiene necesidad de encontrar, primero, el
“objeto”, el motivo, el elemento de atracción, para materializarlo más tarde
con rigor casi matemático. Las cualidades de cada artista son casi siempre
diferentes a las de sus antecesores y, por supuesto, a las de sus sucesores.
Por eso son tan difíciles de controlar y de comprender. A veces basta con
respetarlas y admitirlas tal y como son. Sólo entonces, se llega a sentir que,
detrás de esa rapidez para el diseño, hay un trabajo previo y solitario que
recoge la experiencia de toda una vida.
Desde que terminó su
primera carroza -¿te acuerdas, Manolo?- su colección no ha hecho sino crecer y
crecer, sumando obras y más obras, dignas de ocupar un espacio estable a la
sombra, posiblemente, no muy lejos, en todo caso, del viejo, y amigo, cenobio
cisterciense.
Carmelo Fernández
Vergara se caracteriza por la utilización adecuada del espacio en cada una de
sus piezas. Sus reproducciones no pretenden copiar el modelo sino descubrir una
nueva dimensión. Inventa, crea. Ahí reside su contribución artística.
En
su historial relacionado con su faceta artística, cuenta con unas cuantas
exposiciones y el orgullo de sentir que los demás mirarn-admiran-entienden-comprenden
cada uno de sus trabajos. Por esa razón, Carmelo Fernández siguió durante mucho
tiempo inventando nuevos objetos, a sabiendas de que su obra no había hecho
sino comenzar.
Su
estilo no busca el detalle de las formas sino las formas de los detalles, que
es mucho más complejo. Como los constructores de la antigua Abadía de Fitero.
El artista, como decía Malraux de Picasso, no busca, encuentra, “ne cherche pas, trouve”. Así le ocurre a
Carmelo Fernández: piensa, realiza y, el producto, es una creación nueva,
limpia, luminosa.
Los
motivos en los que se inspira vienen de su mundo infantil, familiar, de
aprendiz. Los aperos de campo fue lo primero que le atrajo. Tenía que
reproducir todo lo que había visto desde niño: el carro de acarrear y el de
paseo; el volquete y el de la vendimia,… Luego surgieron las carrozas: esos
otros carros que, tirados por caballos engalanados, portaban personajes de
ensueño. El paso de unos a otras es rectilíneo. La carroza no es sino una
metáfora del carro. La sociedad dividida en dos: la realidad y el sueño.
A partir de ahí, Carmelo Fernández
pasó a diseñar nuevas metáforas fiteranas: El Humilladero, la Plaza de Toros,
La Fuente del Obispo,… ¿Quién se acordaba de todas esas cosas?
Y así, hasta siempre: primero,
recuperar la imagen pasada y, luego, darle la forma del futuro. Nada más.
Jesús Bozal Alfaro
COLABORADORES
A lo largo de los años, Carmelo Fernández Vergara ha contado con la colaboración de: Amparo Forcada, pintura.
Ignacio Azagra, talla.
Marcelo Díaz Larrea
Manolo Frías
Ángel González
José González
Jesús Luzuriaga, talla.
Evaristo Pardo
Francisco Solé Pujol, pintura y lijado.
Adita Tovías, pintura.
Cirilo Yanguas
José Sanz Maza
Melchor Vicente Labat
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