domingo, 20 de marzo de 2016

Carmelo Fernández Vergara


CARMELO FERNÁNDEZ VERGARA

Carmelo Fernández, José González y Cirilo Yanguas.

“El hombre que sabe hacer algo de un modo perfecto -  zapato, un sombrero, una guitarra, un ladrillo – no es nunca un trabajador inconsciente que ajusta su labor a viejas fórmulas y recetas, sino un artista, que pone toda su alma en cada momento de su trabajo. A este hombre no es fácil engañarle con cosas mal sabidas o hechas a desgana.”
 Juan de Mairena

CARMELO FERNÁNDEZ VERGARA
Jesús Bozal Alfaro

La obra artística de Carmelo Fernández Vergara se inició hace muchos años, cuando, siendo todavía niño, veía a su padre construir sus propios “carros de aguador”. Fue entonces cuando comenzó a diseñar con su mirada de observador meticuloso, todas las reproducciones, casi siempre en madera, que acometería mucho más tarde.
Investigador del pensamiento, Carmelo Fernández tiene necesidad de encontrar, primero, el “objeto”, el motivo, el elemento de atracción, para materializarlo más tarde con rigor casi matemático. Las cualidades de cada artista son casi siempre diferentes a las de sus antecesores y, por supuesto, a las de sus sucesores. Por eso son tan difíciles de controlar y de comprender. A veces basta con respetarlas y admitirlas tal y como son. Sólo entonces, se llega a sentir que, detrás de esa rapidez para el diseño, hay un trabajo previo y solitario que recoge la experiencia de toda una vida.
Desde que terminó su primera carroza -¿te acuerdas, Manolo?- su colección no ha hecho sino crecer y crecer, sumando obras y más obras, dignas de ocupar un espacio estable a la sombra, posiblemente, no muy lejos, en todo caso, del viejo, y amigo, cenobio cisterciense.
Carmelo Fernández Vergara se caracteriza por la utilización adecuada del espacio en cada una de sus piezas. Sus reproducciones no pretenden copiar el modelo sino descubrir una nueva dimensión. Inventa, crea. Ahí reside su contribución artística.
En su historial relacionado con su faceta artística, cuenta con unas cuantas exposiciones y el orgullo de sentir que los demás mirarn-admiran-entienden-comprenden cada uno de sus trabajos. Por esa razón, Carmelo Fernández siguió durante mucho tiempo inventando nuevos objetos, a sabiendas de que su obra no había hecho sino comenzar.
Su estilo no busca el detalle de las formas sino las formas de los detalles, que es mucho más complejo. Como los constructores de la antigua Abadía de Fitero. El artista, como decía Malraux de Picasso, no busca, encuentra, “ne cherche pas, trouve”. Así le ocurre a Carmelo Fernández: piensa, realiza y, el producto, es una creación nueva, limpia, luminosa.
Los motivos en los que se inspira vienen de su mundo infantil, familiar, de aprendiz. Los aperos de campo fue lo primero que le atrajo. Tenía que reproducir todo lo que había visto desde niño: el carro de acarrear y el de paseo; el volquete y el de la vendimia,… Luego surgieron las carrozas: esos otros carros que, tirados por caballos engalanados, portaban personajes de ensueño. El paso de unos a otras es rectilíneo. La carroza no es sino una metáfora del carro. La sociedad dividida en dos: la realidad y el sueño.
A partir de ahí, Carmelo Fernández pasó a diseñar nuevas metáforas fiteranas: El Humilladero, la Plaza de Toros, La Fuente del Obispo,… ¿Quién se acordaba de todas esas cosas?
Y así, hasta siempre: primero, recuperar la imagen pasada y, luego, darle la forma del futuro. Nada más. 
Jesús Bozal Alfaro

COLABORADORES 
A lo largo de los años, Carmelo Fernández Vergara ha contado con la colaboración de: Amparo Forcada, pintura.
Ignacio Azagra, talla.
Marcelo Díaz Larrea
Manolo Frías
Ángel González
José González
Jesús Luzuriaga, talla.
Evaristo Pardo
Francisco Solé Pujol, pintura y lijado.
Adita Tovías, pintura.
Cirilo Yanguas
José Sanz Maza
Melchor Vicente Labat